Desde la antigüedad, la acción de cenar alrededor de la mesa ha servido como punto de reunión para las celebraciones de los asuntos más importantes, alegres o tristes, de las familias y de la sociedad. Desde la mirada de la fe, la cena fraterna, rememora la comida que realizaban los primeros cristianos para conmemorar la cena del Señor que expresa y profundiza la convivencia fraternal.
El tema de hoy es la cena, cena que tiene una peculiaridad, es FRATERNA, que se remonta al Plan de Dios, “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2, 18). Esta actividad, parte de la cultura del colegio Arriarán Barros, X Región del sur de Chile, dirigido por la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón, interrumpida durante dos años por la pandemia del covid, se revive este 2022, gracias a Dios y a la mejora de las condiciones sanitarias. El sólo anuncio de la realización de la Cena Fraterna es una hermosa noticia, organizar y darle vida nuevamente, llena de alegría y entusiasmo a todos los actores.
El hecho de comer en familia, en comunidad, alimenta el sentido de pertenencia, crea la sensación de seguridad, promueve la solidaridad y la cooperación entre los miembros para que cada uno aporte en la medida de sus capacidades para la comida: organizada y financiada por el centro de padres y apoderados del colegio; por los padres, apoderados y estudiantes de los segundos años medios, por las directivas de los cursos de 5° básico a 4° Medio quienes junto a sus profesores jefes motivan e invitan a los integrantes de los cursos elegidos, para ser los comensales. En este asumir cada integrante de la comunidad educativa la misión que le es propia, la comunidad religiosa transmite y vela para que sea el espíritu del Señor y del Evangelio y, por ende, de san Francisco el que esté presente.
Así vista, esta cena fraterna se torna privilegio, anuncio, trabajo, servicio, escuela, tanto de estudiantes, apoderados y profesores del nivel segundo medio, que planifican y gestionan la cena. Trabajan en la decoración (transformando un gimnasio en “cenáculo”), menú, animación del evento y servicio a los hermanos, esforzándose por asumir las tareas y actitudes de un gentil garzón, tarea de cada uno de los estudiantes del nivel.
El compartir comienza con la bendición de la mesa, costumbre antiquísima entre los cristianos, que se remonta a nuestro Señor no sólo en la última cena. Esta acción de gracias y sencilla petición recuerda que todos los bienes vienen de Dios y son para todos, bienes que deleitan y alimentan, y que alientan a hacer que a nadie le falten.
En la cena fraterna se comparten los dones: bellas palabras de la directora del plantel y de la presidenta del centro general de padres; música celestial y armoniosa, ejecutada por un docente y por jóvenes estudiantes; acogida cálida a los asistentes de la educación que tienen la ocasión de compartir con el resto de los integrantes de la comunidad educativa en un ambiente de fiesta. Las palabras emitidas, las conversaciones recreadas, las sonrisas y aplausos que alegran los encuentros, son acompañados por un signo: los estudiantes obsequian a los presentes una hermosa botella de aceite de oliva que simboliza la gracia divina, que es paz, gloria, pureza y abundancia.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y muros, en que los contextos sociales ponen obstáculos al compartir fraterno, la cena, se transforma en escuela que enseña a compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer; acrecienta la mutua conexión, interacción, acercamiento y convivencia que da paso a la confianza y, en definitiva, a practicar virtudes, valores humanos y cristianos que se transmiten con el ejemplo. La pandemia, a su manera, deja una gran enseñanza, el potente valor de encontrarse y celebrar la vida y el estar juntos.
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